DOS FUNCIONES En el teatro San Martín (Avenida Sarmiento 601).
• HOY a las 18.
• MARTES a las 21.
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De entrada, todo es contundente en “Turandot”, la ópera de Giacomo Puccini que abrió el 59° Septiembre Musical en el teatro San Martín, la noche del viernes, y que se repone hoy y el martes. La orquesta empieza a tocar al mismo tiempo que el telón se descorre (no hay obertura, como en otras óperas). En un escenario misterioso y exótico, coros de adultos y de niños vestidos en tonos sombríos; son el pueblo que, desde el vamos, pide: “¡Que le corten la cabeza!”
Es que Turandot decapita a sus pretendientes si no adivinan los tres acertijos que ella les propone. Para apaciguar tanta crueldad interviene el gran Puccini, que en su último año de vida concibe esta partitura memorable.
Ante todo, exotismo, pensó el compositor toscano, y así pasó del intimismo japonés en Madama Butterfly a la monumentalidad y las masividades de la China legendaria en Turandot.
Cajas chinas
Tanto la escenografía como el lujoso vestuario de Ramiro Sorrequieta y la utilería provienen del teatro El Círculo, de Rosario.
Marcelo Perusso concibe una única escenografía que los mismos actores y cantantes van transformando. Tres enormes cajas de distintos tamaños deparan sorpresas, como buenas cajas chinas, con puertas que se abren. De ellas emergen grupos de cantantes o de bailarines que ingresan a escena. A la vez una sinuosa escalera en dos tramos arma y desarma el ascenso a los techos de las cajas, niveles superiores que ocupan sólo el emperador y la princesa. En el fondo de escena se proyectan imágenes, en un gran círculo que puede ser la Luna o un gong.
En el segundo acto, una gigantesca y hermosa cabeza de dragón se adueña de buena parte del espacio escénico. De principio a fin hay multitudes: soldados con estandartes, guardias imperiales, hombres del verdugo, sacerdotes, mandarines, dignatarios, ocho sabios, niños, sirvientes, gráciles doncellas y damas de compañía. Y todo el pueblo de Pekín.
Los más caracterizados son los tres ministros-máscara: Ping, Pang y Pong. Si Turandot impresiona con su maquillaje, sus pomposos trajes y sus espectaculares tocados-corona, hasta el último figurante despliega gasas, sedas, brillos y texturas en desfiles ceremoniales.
Desde el arranque en la música suena la vanguardia de Puccini, con sus disonancias y con pentatonismo, con abundante percusión. Los vientos de metal, bien sonoros, se refuerzan con la Banda de Música que dirige Álvaro García. Hay momentos de opulencia sinfónica que la Orquesta Estable, que dirige Alejandro Jassan, trabaja bajo la batuta de Emir Omar Saúl.
Las voces
Los tres solistas porteños invitados muestran la solvencia de haber interpretado sus personajes en diversos escenarios, dentro y fuera de Argentina. Patricia Gutiérrez afronta la tremenda tesitura de su Turandot, con agudos notables en “In questa reggia”, y pasea el dramatismo de sus graves, encarnando la transformación de su complejo personaje.
Paula Almenares transmite con creces la tristeza y la impotencia en una Liú plena de matices, cerrada a toda altura en su escena final.
El que se lleva las palmas es el Calaf de Juan Carlos Vasallo, de vigorosa presencia vocal y escénica. Su voz heroica brilla desde la escena de los enigmas hasta “Non piangere, Liú”, y sobre todo, en “Nessun dorma”, el aria más esperada de la noche, cuya promesa final debe haber perforado las paredes del San Martín.
De la larga cabellera y la barba gris de Timur surge, con autoridad sonora, la inconfundible voz del bajo tucumano Marcelo Oppedisano. En tanto que otro tucumano de carrera en el exterior, el barítono Gustavo Ahualli se destaca con su ductilidad vocal-actoral como Ping, bien secundado por Gustavo Girbau e Iván Vega, con gracia e interminables demandas coreográfícas.
El Coro Estable y el Coro de Niños (dirigido por Ana María Ternavasio) asumen en esta obra la importancia de un solista más porque, siendo la voz del pueblo, comentan o describen situaciones, es decir que protagonizan el canto y también narran, dentro y fuera del escenario.
El Coro Estable muestra el resultado de tanto ensayo a las órdenes de Ricardo Sbrocco, entre la energía vocal de las sonoridades cabales y la sutileza del detrás de escena.
Los porqués
Hay que encontrarse con Turandot. Porque reafirma, en tiempos de virtualidades inasibles, que la ópera mantiene su carácter de espectáculo bien vivo, que dispara inquietudes en varias dimensiones. Porque la música de Puccini es extraordinaria y sólo puede disfrutarse. Porque que en esta ópera no muere la heroína y, al final, como corresponde, todo se resuelve con un beso.